La importancia de poner al centro las emociones
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Por León Trahtemberg
El año del bicentenario marcará un hito en la vida de los niños y los padres, porque habremos encarado los retos inesperados de la educación a distancia de los niños, convertida en una disruptiva nueva condicionante de nuestra cotidianidad, con sus respectivos problemas y posibilidades. Me centraré en tres de ellos.
El primero es la invisibilidad de los niños. Todos los discursos oficiales de nuestras autoridades y líderes políticos han sido dados en lenguaje adulto suponiendo que la audiencia solo está compuesta por adultos. Los niños han sido tratados como potenciales agentes contaminantes de los demás, especialmente los enfermos y ancianos. No se ha considerado su identidad infantil, su salud mental amenazada, sus sentimientos y pensamientos cargados de temores, angustias, confusión, y finalmente miedo a morir o que se mueran sus padres y abuelos. Se les ha encerrado en casa sin siquiera darles la libertad que se da a los perros para salir una vez al día a hacer sus necesidades. Para los niños eso significaría tomar sol, aire, romper la estresante rutina de las cuatro paredes (que a veces suscita algo de violencia psicológica y física) y de las tareas escolares que de la noche a la mañana los convirtieron en indefensos estudiantes virtuales.
Al 2021 aspiro a que sus autoridades nacionales regularmente se tomen unos minutos en sus discursos para dirigirse a ellos, darles las facilidades que requieren y hacerles sentir que son parte viva y respetada de su nación.
El segundo es el de la incorporación de la educación a distancia a la vida preescolar y escolar.
Pese a saber que el siglo XXI estará marcado por el aprendizaje a distancia, aún era inusual en el Perú; pero ha llegado para no irse más.
Sin embargo, ha sido notorio el escepticismo de los padres sobre su valía, expresada en términos de su no equivalencia a clases presenciales y la exigencia de un menor costo de pensión mensual calculado por el menor número de horas de exposición directa a sus profesores.
Veamos el caso de los niños de preescolar que en diciembre del 2019 terminaron el grado de 4 años. A junio o julio del 2020, si es que regresan a clases, habrán tenido un vacío de seis meses de conexión con maestros y compañeros de clase, sin mayor estimulación pedagógica en la etapa más importante para su desarrollo, entre los 0 y 5 años. Sumado a ello, el hartazgo de la saturación de la vida en el hogar, su falta de estimulación física, cognitiva, neurológica, social y contención emocional que usualmente les brindan las maestras.
Dos o tres contactos diarios de 20 a 30 minutos con la maestra, alternados con actividades libres, lo que hacen es impedir el retraso en su maduración, socialización, juego mental, desarrollo sensorial e intelectual, y airear el trauma del encierro, respetando su capacidad de atención y concentración, posturas corporales y sensorialidad afectadas por una excesiva conexión continuada con la pantalla.
Esa maestra debe estar trabajando a plena capacidad para asegurar, aunque pase poco tiempo en contacto directo con los niños, que se construya ese vínculo con ella y los compañeros, creando las condiciones para la continuidad de su desarrollo, maduración y estimulación vital.
Al 2021 aspiro a que los padres valoren no solo ese vínculo educativo, sino el rol que los maestros juegan en ello.
El tercero es el del chateo tóxico de papás y mamás a través del WhatsApp. El mínimo denominador común de los padres de hijos escolares que no saben nada de tecnología es el uso del WhatsApp. Pudiendo ser un espacio de intercambio de información general útil sobre sus hijos, se ha convertido en el depositario de las reacciones más impulsivas, hepáticas e histéricas de algunos papás y mamás, que tiene como víctima al ausente en el chat, o sea el profesor o los directivos de la institución educativa. ¿Cuál es el efecto de esa queja? Desprestigiar al aludido, sin que el problema que origina su queja se resuelva, porque entre los padres no podrán resolver los problemas personales que involucran a terceros. Es curioso, le hacen ‘cyberbullying’ al profesor cuando odiarían ver que este se lo haga a su hijo o hija.
Al 2021, aspiro a que frente a esos padres intoxicantes del clima escolar haya siempre al menos uno que salga al frente que le diga: “Este no es el espacio en el que se va a resolver tu inquietud” o “Toda moneda tiene dos caras, ¿cuál es la otra?”, y así…
En suma, el destino nos ha confrontado con algo inesperado y angustiante que definirá nuestro futuro laboral, económico, académico, físico y mental. Hagamos de eso una oportunidad para aprender y dar un salto hacia adelante, para que nos ayude a crecer y creer que el bicentenario abre las puertas a un futuro auspicioso.
León Trahtemberg
Líder Pedagógico
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