Ximena Zevallos, maestra de tercer grado de Áleph comparte con nosotros su experiencia como educadora en estos días:
Estas últimas semanas nos hemos enfrentado a una realidad que nos lleva al límite de nuestras emociones y capacidades. En el caso de nosotros, los maestros, hemos asumido un reto grandísimo al tratar de rediseñar experiencias, pensadas en la interacción, el intercambio y el ambiente, para hacerlas a distancia, tratando de mantener la mística que suele envolver nuestros encuentros en el colegio.
Estos cambios inevitablemente nos han llevado a pensar en lo que verdaderamente conlleva ser un maestro. Hemos podido leer y escuchar comentarios buscando estrategias, celebrando nuestra paciencia, admirando la dedicación, etc. Por una parte, da gusto saber que nuestra imagen se revalora en una sociedad que será, espero, muy distinta cuando todo esto acabe. Por otro lado, lamentamos las condiciones en las que estas reflexiones suceden.
Es verdaderamente un reto hacer las clases a través de una plataforma virtual con la carga emocional que supone el no podemos salir, el temor y frustración que implica estar en confinamiento. Es complejo no poder estar “ahí” para resolver dudas o acompañar a cada uno de los alumnos en sus procesos de aprendizaje. Está siendo difícil, sí. Pero por muy adversos que sean estos momentos, ser maestro es mucho más de lo que se hace visible. Ser maestro es maravilloso.
Nosotros hemos elegido esta profesión por vocación. Es lo que más amamos hacer en el mundo. Por todos los motivos que se pueden imaginar. Es muy difícil encontrar a un maestro que justifique por qué es maestro y que su respuesta sea idéntica a la de otro. Cada uno ha ido construyendo su relación con la docencia desde su experiencia personal. Como la vida misma.
En mi experiencia, ser maestra en el Áleph no solo es generar diferentes oportunidades de aprendizaje, es ser parte de ellas. Ese momento en el que se conecta una idea con la otra y se construye un aprendizaje significativo es invalorable. La cara de “¡eureka!”, la emoción, el diálogo, la reflexión, etc. Estoy segura de que, si cierran los ojos e imaginan esta escena, saben perfectamente de qué estoy hablando. Ser testigos del aprendizaje de nuestros alumnos es, sin duda, uno de mis momentos favoritos dentro y fuera del aula.
Estos momentos que tanto atesoro tienen como plataforma el vínculo que construimos entre todos. Hay una emoción que nos une a padres, maestros y niños, que nos sostiene para ir tejiendo una red de aprendizajes infinitos.
Felizmente, nuestra comunidad educativa, siempre ha sido una de las fortalezas de la escuela. Esa relación que construimos día a día entre todos es lo que finalmente hace de la escuela un espacio emocionante y, por ende, un espacio de aprendizaje.
En este sentido, la empatía, sin duda, será una de las actitudes que mantendrán nuestro vínculo fuerte como comunidad. En estos días, no esperamos que los padres sean maestros o que los maestros cambien su esencia. No queremos poner a prueba nuestros roles sino más bien, mirarlos para repotenciar nuestro sentido de comunidad.
Hoy, mañana, y cuánto tenga que durar esta situación, tenemos una posibilidad para acercarnos más los unos a los otros. Padres y maestros. Hoy, tenemos la oportunidad de compartir esos momentos tan hermosos como lo son los aprendizajes. Podemos seguir siendo los grandes aliados que somos y acompañar a los niños en esta experiencia, en descubrir sus propios recursos y a entender, desde el juego, lo que pasa en el mundo externo y aún más importante, en el interno.
Ahora que tenemos esta tarea conjunta en el marco de educar, una educación que dista muchísimo de un encuentro cercano, de un mirarse a los ojos, de un ambiente que nos acoge como suele ser en Áleph y aun así nos regala grandes oportunidades, podemos repensar nuestra comunidad educativa y redefinir el rol del adulto, maestro o padre, frente a la exploración, al descubrimiento y al aprendizaje de los niños para así formar una nueva sinergia.
¡Que tengan una linda semana!
Ximena Zevallos