Con frecuencia escucho a conductores de medios y padres de familia preguntar si en las modalidades virtuales y en general a distancia los alumnos aprenden lo que deben aprender en el grado, bajo la presunción de que de no ser así deberían “recuperar clases” o hasta dar por perdido el año. Me pregunto si no hay un dogmatismo anclado en las clases tradicionales respecto a qué significa “lo que deberían aprender”, que al parecer supone haber recorrido por completo el currículo escolar con sus respectivos libros, guías y la resolución de tareas y exámenes. El impacto de eso por lo demás es muy iluso, porque pocos alumnos -si alguno- al finalizar cada grado o su vida escolar aprendió “lo que debería aprender”, a tenor de los resultados de las ECE y PISA (para los que creen en ellas) así como lo que muestran las evaluaciones de ingreso a las universidades (para los que creen que son adecuadas) y en general, su comportamiento como ciudadanos, poco conscientes del bien común y trasgresores de las normas de convivencia social, como se observa en la presente crisis.
Valgan verdades, “lo que deberían aprender” en cada grado es algo muy arbitrario y variable, y que cada ministerio de educación de cada país del mundo entiende de otra manera, razón por la cual varían en el número de días y horas anuales de clase, la extensión de la educación básica, los contenidos y áreas curriculares, las competencias a desarrollar, las horas que dedican a cada área, los tiempos de recreo y actividad física, etc. Muchos colegios experimentales o innovadores muy prestigiados en el mundo se apartan bastante de lo que propone el respectivo ministerio de educación y producen egresados muy competentes. Siendo así, esta flexibilidad juega a favor de reformular contenidos y calendarios escolares en función de las características atípicas de este año escolar, a lo que habría que agregar que las competencias fundamentales que propone el currículo escolar no se desarrollan en un grado sino acumulativamente a lo largo de la educación básica.
Quizá la pregunta debería ser formulada al revés. O sea, ¿cuánto más van a aprender en este año atípico al verse forzados los profesores y alumnos a incursionar en el mundo de la educación a distancia, en particular en su modalidad virtual, cosa que no estaba previsto en ninguna parte al inicio del año escolar?
Al parecer, respetando la diversidad de modalidades no presenciales que podrían llegar a ser las únicas posibles este año, lo que está ocurriendo es que los alumnos finalmente están convirtiéndose en estudiantes del siglo XXI, que tienen que poner en juego todas sus capacidades al servicio de la migración hacia formas de aprendizaje nunca vistas, a las cuales deben adaptarse porque esa será la modalidad habitual para todo lo que les resta de vida en el siglo XXI. Desde profesores que se comunican por teléfono celular vía whatsapp y correo electrónico con alumnos que ven por televisión los programas que emite el Minedu (Aprende en casa), los que ingresan a esa web por medios digitales, hasta los que acompañan vía Zoom o equivalente a los alumnos por algunas horas diarias, todos están ingresando a su manera al mundo virtual que es el que dominará el aprendizaje de estos tiempos, aún cuando regresen a las clases presenciales. Eso pone en juego una serie de exigencias vinculadas a la autonomía, resiliencia, atención y concentración, trabajo en equipo, indagación de fuentes, uso de recursos digitales, comunicación no presencial sincrónica y asincrónica, socialización mediada por vías digitales, interacción activa y pasiva con profesores a distancia, regulación emocional, que en el momento que se conviertan en habituales habrán permitido a los alumnos dar un enorme salto cualitativo en sus capacidades de aprender que no estaban previstas a principio de año en los planes escolares.
Claro que hay una curva de aprendizaje que va desde el desconcierto y shock inicial, el diseño de propuestas de emergencia, el ensayo y error, hasta que se decanta un modelo razonable que toma en cuenta a profesores, alumnos, medios disponibles y contextos específicos de cada realidad. En ese proceso, al inicio hay mucha frustración y desesperanza, pero conforme pasa el tiempo, la propuesta se asienta, madura, hasta que todos los actores la sienten como una ganancia. Mientras dura ese proceso, hay que tener paciencia hacia el ministerio, los especialistas y funcionarios que trabajan más que nunca para acercarse a la fórmula óptima, y especialmente mucha consideración hacia los profesores que merecen reconocimiento por el enorme esfuerzo de adaptación y dedicación que están colocando al servicio de los niños.
Es cierto que hay espacio para mostrar disconformidad con la lentitud del gobierno en aceitar la máquina y entregar a todos los niños sus materiales y equipos digitales para que aprovechen plenamente esta experiencia. También es cierto que hay colegios y profesores que no están haciendo su máximo esfuerzo en la dirección deseada. Pero me pregunto, en este contexto tan frágil ¿tiene sentido generalizar negativamente a todos y desestabilizar a quienes hacen las cosas bien, o más bien alentar a los que están haciendo las cosas bien para que su curva de aprendizaje sea la más rápida y efectiva de modo que más y más niños se beneficien con las posibilidades de aprendizaje en este atípico año escolar?
Creo que todos estamos aprendiendo más que nunca. Y lejos de una pérdida, dadas las circunstancias anormales, en lo personal lo considero como una ganancia, que impactará la vida escolar inclusive cuando regresemos al formato presencial.
León Trahtemberg
Líder Pedagógico
Colegio Áleph