Al permitir que los niños y adolescentes se desahoguen se consiguen beneficios como que se sientan comprendidos e importantes y mejoremos la relación de confianza
Acompañar a nuestros hijos e hijas requiere tener muchas habilidades: empatía, capacidad de calmarnos en momentos difíciles, dar ejemplo, admitir nuestros errores, ser afectuosos… y un sinfín de valores y capacidades que ayudarán a los niños a construirse como personas capaces y preparadas. Pero una de las habilidades más importantes y útiles es saber cuándo intervenir y cuándo escuchar sin expresar nuestra opinión. Para entender y usar adecuadamente esta habilidad ayuda mucho comprender y dominar la llamada escucha activa, un superpoder que da a las madres y padres la posibilidad de mejorar la relación con los hijos, además de empoderarles.
Para que se entienda mejor, pongamos un ejemplo. Llega tu hija de clase y se acerca muy enfadada, expresando que se ha enojado con su mejor amiga. Las respuestas más habituales que se suelen dar en estos casos están cargadas de buenas intenciones porque quieren ayudar, pero tras ellas hay un mensaje oculto que se cuela y, algunas veces, estropea aún más las cosas sin saber lo que ha pasado. En esta situación, se suelen contestar cosas del estilo: “No será para tanto”, “estás exagerando” (minimizando la situación); “lo que tienes que hacer es llamarla para solucionarlo” (damos un consejo); “¿y tú qué has hecho para que se enfade?” (cuestionamos); “yo de pequeña me enfadé con mi amiga y lo resolvimos en el siguiente recreo” (hablamos de nosotros mismos), o “las amigas no deben tener conflictos” (sermoneamos).
Estas respuestas tiene en común dos cosas: en todas se expresa una opinión y en todas se quiere sacar a la joven de esa situación difícil en la que está. Esto es porque lo que le han llegado son los mensajes ocultos. Y es muy probable que cuando nuestra adolescente reciba estas respuestas se enfade todavía más y piense “no me escucha, no me entiende”.
Vuelvo al ejemplo de la hija y la situación con su mejor amiga para explicarlo. En este caso, los mensajes ocultos serían los siguientes. En primer lugar, si le quitamos importancia a lo que nos cuenta, es decir, minimizamos el asunto, lo que llega es: “No debes sentirte así, tus sentimientos no están bien”. Por otra parte, si le damos la solución con un consejo, lo que se transmite es: “Yo sé lo que te conviene y tú no”. O al cuestionar lo que nos está contando le trasladamos la impresión de que no consideramos que lo que cuente sea verdad. Por último, si damos un sermón, es como si le dijéramos que lo que está haciendo es inmoral.
Resumiendo, antes de dar un consejo o sermón, de que se minimice o se cuestione la problemática, lo que buscan todas las personas al expresar un malestar son dos cosas: que acepten sus sentimientos y que las escuchen. Esto es la base de la escucha activa, técnica basada en la psicología autodirectiva del psicólogo estadounidense Carl Rogers y que demuestra que, muchas veces, llegan más los mensajes ocultos que hay tras las formas habituales de responder ante un problema que la intención de ayuda. La propuesta de esta técnica es sencilla: no intervenir con nuestras respuestas, sino escuchar y reflejar lo que vemos que está sintiendo, lo que le gustaría, lo que anhela la otra persona. Por lo que en el ejemplo anterior, diríamos: “Estás preocupada por la situación con tu amiga” y al seguir la joven hablando, seguiríamos escuchando y de vez en cuando expresaríamos algún comentario relacionado con lo que creemos que siente, piensa o necesita. De esta manera, se le invita a seguir expresándose y desahogándose. Además, al no intervenir con consejos no solicitados se muestra que se confía en que encontrará la solución que mejor le convenga.
Al escuchar y permitir que nuestros hijos se desahoguen a través de la escucha activa conseguiremos estos cuatro beneficios principalmente: