En medio de un contexto en el que padres de familia temen por la calidad de la educación que están recibiendo sus hijos, la educadora se pregunta: ¿Nos estamos concentrando solo en el cambio de modalidad? ¿Qué otros aspectos de fondo hay en la reinvención de la escuela? ¿Nos estamos olvidando del impacto que tiene la escuela de la casa?
Frente a la situación global que estamos viviendo, los seres humanos nos estamos reinventando, así como también muchos de los sistemas alrededor de los cuales se organiza nuestras vidas. La escuela es uno de esos sistemas que se está adaptando a este nuevo contexto, desplazándose a plataformas virtuales lo que ha significado, para los maestros y las familias, un gran esfuerzo de acomodación. Sin embargo ¿nos interesa que la reinvención de la escuela se materialice exclusivamente en el cambio de modalidad?
Para que los niños aprendan la escuela necesita, en estos tiempos de tanta incertidumbre, poner en el centro las relaciones. Los educadores sabemos, gracias a la investigación, que las interacciones de calidad son la variable que más impacto tiene en el aprendizaje. Pero en este momento de distanciamiento social no solo es una necesidad para el aprendizaje sino para la supervivencia. Especialmente la de los niños.
Ellos nos solicitan (directa o indirectamente) a padres y maestro que respondamos a una necesidad humana vital: no ser excluidos de la tribu. Esta obvia necesidad de mantenerse cerca de su círculo social cotidiano debe ser tomada en serio por todos los adultos involucrados en la vida de los niños.
Esta escuela, que durará algunos meses más, tiene que cumplir con el currículo, garantizar los aprendizajes proyectados para el año escolar, pero también debe aprovechar el contexto complejo que estamos viviendo para enriquecer la vida de los jóvenes y que este tiempo de aislamiento social los fortalezca y los ayude a crecer. Para esto necesitamos que padres y maestros sean escuela.
Los maestros necesitan pasar tiempo con los estudiantes, aunque sea virtualmente, y hacerlo en grupos pequeños para garantizar que todos los miembros se puedan escuchar y trabajar de forma colaborativa. El aprendizaje, para que sea potente, debe entenderse como un proceso de construcción grupal, posible en el intercambio y la confrontación.
La educación virtual tiene que estar enfocada en el encuentro entre personas. Necesitamos elegir, en la medida de lo posible, aquellas plataformas que nos permitan vernos, escucharnos y leer el lenguaje no verbal del otro. Pensar en este nuevo “espacio” como un ágora, un lugar de encuentro para que los estudiantes participen y contribuyan creativamente: desarrollen conceptos, dialoguen, intercambien opiniones, se rían, se confronten, den retroalimentación a sus amigos, reflexionen, construyan sobre el pensamiento del otro, piensen en estrategias conjuntas para construir su aprendizaje.
Los encuentros necesitan ser espacios efervescentes, llenos de energía e intercambio. Es decir, deben ser un lugar donde nuestra humanidad se siga alimentando. Eso no puede ser negociado.
Los padres de los más pequeños necesitan acompañar a sus hijos para que se encuentren, al menos por momentos cortos, con sus amigos y maestros. Este tiempo de encuentro no es tiempo en pantalla. Es tiempo entre personas, tiempo para seguir construyendo una relación con el mundo exterior, pero sobre todo para seguir fortaleciendo sus relaciones. Los niños pequeños necesitan seguir en contacto con sus amigos y sus maestros: cantar juntos, escuchar una historia y conversar sobre ella, tomar turnos para dar ideas sobre un tema de interés, buscar estrategias para resolver experiencias educativas.
La cotidianidad de casa también puede ser parte de la escuela reinventada y del currículo para la vida. Hace un mes, los niños y jóvenes se iban por la mañana y muchos de ellos no sabían qué pasaba en casa. Volvían, después de la jornada escolar, y las tareas domésticas habían estado en manos de sus padres o trabajadores del hogar. Ahora muchas familias los están haciendo partícipes de estas tareas.
María Montessori decía que los niños tienen derecho a sentirse integrados a la vida de su casa, sentirse funcionales, protagonistas dentro de su comunidad y que la escuela debía incorporar aquellos aspectos que tienen que ver con la vida diaria: cocinar, lavar, doblar la ropa, limpiar, servir, cuidar las plantas, etc. Las escuelas como las conocemos han olvidado el poder de estas ideas. Ahora que estamos en cuarentena tenemos la oportunidad de generar las condiciones para que nuestros hijos desarrollen esas habilidades (asociadas al pensamiento lógico matemático, las ciencias naturales, la química y el desarrollo de habilidades motrices finas y gruesas) y se sientan competentes contribuyendo en casa.
Parte de la belleza de algunas de estas tareas domésticas radica en la intimidad que generan. Mientras doblamos ropa podemos conversar con nuestros hijos sobre temas de su interés, escuchar sus historias, sentirlos, contemplarlos, conocerlos más. Nosotros estaremos aprendiendo más sobre ellos y ellos se llevarán, como regalo para la vida, nuestra escucha atenta, nuestro interés por enterarnos, nuestro respeto a su silencio, nuestra forma de estar con ellos. Estarán aprendiendo que hay formas tranquilas de estar con otros, que también puede ser “cool” descansar de la contaminación visual a la que están expuestos por la tecnología. Aprenderán sobre la belleza del silencio acompañado, la belleza de las tareas no-divertidas.
En la escuela de casa, los padres no aprovechamos nuestro tiempo juntos para dar cátedra, sino para atender la relación, para abrazarnos y conversar largo; aprendemos a hacer sobremesa, y a seguir conversando mientras lavamos los platos.
En la escuela de la vida damos espacio para hablar de lo que sentimos, lo modelamos porque sabemos que, si nosotros compartimos lo que sentimos y abrimos nuestro corazón, ellos lo harán también luego.
Los niños extrañan su escuela presencial: sus ruidos, juegos y espacios. Extrañan encontrarse con sus amigos y maestros en el aula, aprender estando cerca del otro. Y sabemos que, a pesar de todos los esfuerzos que estamos haciendo, volver a encontrarse dentro de la escuela, es lo que más anhelan.
Mientras tanto, podemos aprovechar esta reinvención de la escuela. Porque estar juntos, así como estamos ahora, nos puede dejar un nuevo tipo de felicidad. Así, cuando terminen estos tiempos turbulentos y miremos atrás, podremos sentirnos orgullosos de los padres y maestros que fuimos para nuestros hijos.