Mostrar atención y amor a un menor nada tiene que ver con malcriarle, el niño o adolescente necesita consolidar relaciones afectivas sólidas y seguras que le ayuden a desarrollarse.
Las personas son seres afectivos por naturaleza. Si se pregunta a un adulto qué es aquello que más recuerda de su infancia, seguramente describa situaciones en las que sus padres o cuidadores habituales le mostraban algún tipo de afecto. Momentos en los que parecía que el tiempo se detenía y los problemas se hacían mucho más pequeños. Cuando un buen abrazo, una palabra o un beso tenían el gran poder de hacerle sentir mucho mejor. Muestras de cariño que eran capaces de calmar el dolor, de acompañar las emociones con mimo y ternura y de fortalecer el corazón.
Si hay algo que tienen en común todas las personas es que necesitan sentirse cuidadas y aceptadas para ser felices. No hay nada más reconfortante para un niño o adolescente que sentir que sus padres le acompañan con grandes dosis de afecto y paciencia. Que le educan con cariño y respeto aunque cometa errores, y le dan el tiempo que necesita para aprender sin miedo a equivocarse. Que dan respuesta a sus necesidades y le aceptan tal como es sin imponerle unas expectativas desacertadas.
A lo largo de la infancia y la juventud, el niño y el adolescente necesitan consolidar relaciones afectivas sólidas y seguras que le ayuden a desarrollarse en armonía, que le permitan crecer en un entorno de confianza en el que se sienta protegido y acompañado. Mostrar atención y amor a un menor nada tiene que ver con malcriarle. De forma muy equivocada hay quien piensa que besar o abrazar a menudo le convierte en una persona tirana que solo es feliz si consigue aquello que desea. El cariño es totalmente compatible con establecer normas y límites claros que le enseñen lo que debe o no hacer.
El cariño es imprescindible en el proceso de crianza, educar en el afecto es de vital importancia para un sano desarrollo personal, emocional y afectivo. El tono afectivo que rodee al niño determinará en gran medida su actitud ante la vida y la forma en la que se enfrente a las dificultades.
Un joven que crece en un ambiente estable y equilibrado tendrá más facilidad para interpretar su entorno de forma positiva y para construir un buen autoconcepto de sí mismo. Es más probable que se convierta en un adulto con una buena autoestima, segura, responsable, colaboradora y feliz. Tendrá una mayor capacidad de hacer frente a la frustración, para esforzarse por conseguir todo aquello que se proponga y enfrentarse con éxito a las distintas situaciones que le regale la vida.
En cambio, si crece en un entorno desagradable e inseguro, donde no se le da respuesta a sus necesidades y aspiraciones, se sentirá desconcertado y con muy poca confianza en sí mismo. Si se siente poco querido o acompañado reclamará la atención de sus padres constantemente de forma desajustada y mostrará muchas dificultades para relacionarse correctamente con otras personas con las que convive.
En ocasiones, las familias se obsesionan con el hecho de que sus hijos obtengan el mayor número de contenidos y habilidades posibles olvidando ofrecerles lo que más necesitan para su desarrollo. Un acompañamiento basado en la afectividad, la comprensión, la exigencia y el cariño sin medida que les facilite crecer sintiéndose apoyados. Una educación que esté basada en la paciencia, la presencia y la comprensión acompañada siempre con grandes dosis de arrumacos y mimos. Donde los besos y los abrazos se conviertan en el mejor instrumento para educar y las emociones puedan expresarse y mostrarse con libertad y sean acompañadas con mucho respeto.
Claves para educar en el afecto